lunes, 28 de diciembre de 2009

ORACIÓN



Un día más cierro la puerta de mi herida,

y corro el cerrojo de sus hojas como garras,

hojas de plomo que yo mismo fundí en grave noche.

_0_

Un día más nadie vino a restañarla con mano suave,

ni mi sangre ha hecho fecunda alguna tierra estéril.

Un día más, Señor, ¿qué has hecho de mí?

_0_

Me pudro en el fondo de mí mismo,

ya tan hondo que mis ojos no distinguen,

tan apenas, la luz redonda de mi boca.

_0_

He dejado de gritar, pues mi voz sólo retumba en el silencio

y lo destruye como a un negro cristal que no resuena,

como a una arquitectura desosada, colgada de una luz vertiginosa.

_0_

Ya no distingo el sueño de la noche de aquel otro de la muerte

y mis manos sólo palpan los abruptos minerales que me acosan,

disputándome este hueco que ahora ocupo, ínfimo vértice de la nada.

_0_

Si al menos fuese agua cristalina mi yacija,

agua que aún conserve en sus entrañas

el fulgor de alguna luz, como ojos no cerrados.

_0_

Si no cruces, sino rojas llamaradas fuesen mi flagelo,

entonces, Señor, resistiría este olvido que me espanta

y me confunde: el olvido de ser hombre.
















miércoles, 9 de diciembre de 2009

SILENCIO


Me ha nacido un silencio en las entrañas
como buscando mi calor y mi consuelo.

Ocupa ya mis huesos y mi garganta.
Es como niebla que disuelve mis latidos.

Que se interpone entre la vida y mis ojos.
Que me cierra las ventanas a la vida.

Qué trágico el silencio cuando es silencio de muerte.
Qué amargo el silencio de los ojos que ya no expresan amor.
Qué bello es cuando, en la noche, se oyen latir las estrellas.

Silencio. El silencio de la llama que se apaga.
Silencio. Me pliego sobre mí mismo. Y callo.
Quiero volver a nacerme en el silencio.

martes, 8 de diciembre de 2009

Estos pequeños trechos, como diría Fernando Pessoa, pertenecen a post's insertados en las secciones "Tendrá la tarde..." y "Tendrá la noche...", del foro "Cuentanet", de grupoBuho. Me han parecido, como prosa poética, que merecían publicarse en este blog. Y aquí están para vosotros...

Tiene la tarde una espléndida agonía.
Desde el rojo horizonte, incendiado por quien sabe que telúrica hecatombe, las nubes se me disuleven en proyectos de alboradas.
Poco a poco, como en un magnífico bostezo, se duerme el dios que saca a pacer la luna.
Las estrellas me guiñan sus ojuelos titilantes y yo, cómplice y cantor, me refugio en la última ola que muere, con su cimera de espuma, en la playa abandonada que me habita.
La noche me ha acogido en su húmeda tristeza; me acuna junto a las músicas que duermen en las flores, ya casi disueltas, de los magnolios.
Y de ese sueño me naces, desde entrañas fatigadas de ausencias y extravíos, ahora fecundadas por el fulgor, como un antiguo abismo.
Me naces y me revives en noche feraz como la tierra. Me naces en la noche despoblada, como el milagro silencioso de la primera mirada.

RENACER DE LA LUZ


Luz que embriaga la mañana
apenas descosida de la noche.

Luz filtrada entre las brumas,
hambrienta ya de color y de cristales.

Luz que quiere envolver tu cuerpo,
moldeado por mis manos en la noche.

Mis manos, sobre tu carne,
forjadoras de bronces y ambrosías.
Tu cuerpo, mi dulce lira sonora
que supera en su tañido al ruiseñor.

Me despierto en tu luz,
prolongada en mis latidos.
Me despierto raíz y semilla
en tí depositadas.

Renazco en tí, al pie de la mañana,
esta mañana embriagada,
apenas descosida de la noche.

lunes, 7 de diciembre de 2009

ESPERANZA DE LA LÁGRIMA

Qué silenciosa, qué callada claridad me arrastra
hacia el fondo infinito de la lágrima.

De la lágrima, tan esféricamente amarga,
de la lágrima, tan acerbamente humana.

Me nace ese ácido fulgor desde la roca viva del alma,
como un último rastro de rocío de la perdida inocencia.

Me aturden voces antiguas;
me remueve el temblor de las estrellas.
Busco la postrera paz, que no es la paz de los muertos,
porque el hombre que hoy habito
no se me ha de morir nunca.
Renacerá, bronco y cruel,
como bronce de cañones,
como los antiguos héroes condenados por los dioses.

Esta nueva claridad, la que hoy me llama hacia el fondo del dolor,
es mi última esperanza. La consunción última.

Es la luz que me diluye, la llama que me culmina.
Con mi acaso ser cenizas podré ser el polvo presentido.

Polvo seré y con la lágrima barro.
Y del barro un nuevo dios me hará vasija o ídolo, barro al fin.

Y así será, mientras haya claridad, mientras la roca viva de mi alma
guarde el temblor primigenio de una lágrima.

martes, 25 de agosto de 2009

MANOS


Los mirlos desfallecían bajo el peso
de las nubes.

Su lento deslizar sobre los trinos
como agua

Era la música de un tiempo ausente de
primaveras.

En el fondo recóndito y oscuro
de la sala de aquel cinematógrafo

También Ofelia se deslizaba entre nenúfares
en el turbio río de sus propias lágrimas.

Pero yo prefiero el óxido al llanto,
el óxido que agarrota nuestras manos

Tu mano bajo la mía,
como metálicas raíces.

Como dardos despuntados.
Como arados que ya bebieron sus surcos.

Manos como mirlos, desfallecidos
bajo el peso sus nubes

Preñadas de trinos muertos.
Manos, nuestras manos.

viernes, 17 de julio de 2009

DUERMO, O SUEÑO,O MUERO


Duermo, o sueño, o muero
En el ambiguo reflejo de la luna
Allá en lo profundo del mar.

Me velan mis cadáveres queridos,
Todos aquellos que dejé a lo largo
Del esquinado sendero de mi vida.

Duermo: mis párpados son los múltiples
Reflejos de la luna en las ligeras olas,
Pétalos de rosas blancas, luz al fin.

Sueño: mi cuerpo se diluye entre las algas
Y mis huesos se florecen de coral.
Ya no hay vísceras: sólo esencia y comunión.

Muero: si morir es esta paz que ahora me habita,
Revistiéndome de escamas como vidrio,
Fragmentos del nuevo tiempo.

A VECES


A veces, en la noche,
Cuando el horizonte no es más
Que una somera puntuación
De luces - barcos fugaces-
Recuerdo mi juventud de colegio y geometría.
Surgencias sin nostalgias de una vida que ya fue.
Hoy, para mí, puntos, líneas, planos:
Instrumentos del quehacer de tantos años,
Sólo son claudicaciones de lo eterno.

A veces, en la noche,
Cuando el áspero insomnio me lacera,
En mi incierto imaginar prolongo
Esas luces de lontananza,
Y quiero unirlas
Con las luces titilantes,
Tímidas en su pulsión
Dentro de mis pupilas miopes,
De lo que el hombre llama estrellas.

Entonces soy un náufrago en mi angustia:
Siento mi cuerpo como una piedra,
Enorme, ovalada, dura,
A la que alguien, quién no lo se,
Trata de alojar en esa conjunción de planos,
Exactos e irreductibles,
De un humilde, exiguo ataúd de pino.
Y esa mi mineral presencia se resiste:
Aún no, Muerte.

Pero, otras veces, en la noche tibia y rumorosa,
Cuando me llegan, desde un silencio vibrátil
Los quejidos del amor y aquellos del sufrimiento,
Como esas luces fugaces que me acuden
Desde el impreciso, tembloroso horizonte de mi existir,
Quiero aferrarme a esa Muerte, ahora ya mi nuevo amor,
Reclamarla solícito y sonriente,
Con la misma sonrisa dulce y seductora
Que cuando amaba a la Vida.

domingo, 5 de abril de 2009

LA ANTESALA

No me sentía exactamente enfermo. Era una especie de abulia, de cansancio espiritual, una cierta desgana de vivir. Quizás fuese una de esas pequeñas depresiones tan habituales en mí últimamente, desde que lo perdí todo. Desde luego que tenía muy presente, en todo momento, que esta pérdida de todo mi bagaje material, había sido algo consciente y voluntario; una especie de compromiso vital para el final de mi vida. Había alcanzado una especie de estado de gracia y no quería que nada terrenal fuese obstáculo que lo enturbiase. Ahora sólo quedaba esperar.
Había anochecido. A través de las callejas casi a oscuras del barrio viejo me dirigía, como cada noche, a mi pequeña guarida, a aquel sotabanco austero, pero confortable, donde vivía, rodeado de la media docena de recuerdos entrañables, aquellos que marcaban los momentos de goce y sufrimiento más álgidos en el columpio de mi peripecia vital: un crucifijo tosco, que recuperé de la tumba de mi padre; la fotografía que inmortalizó el primer beso que di al que fue el gran amor de mi vida; una reproducción del retrato de Francesca Tuornabuoni, del Ghirlandaio, que conservaba desde mis tiempos de estudiante; y mis libros, que ocupaban con mi particular desorden todos los rincones del cuarto.

Llegué a una pequeña placita. Me llamó la atención un nuevo local, apenas iluminado por un escueto rótulo de neón: "La Antesala". Pensé que era alguno de los sórdidos pubs que proliferaban por la zona, donde jóvenes estudiantes buscaban en esos perecederos refugios intimidad y un empírico sueño de bohemia. A la puerta, un tipo fortachón y malhablado me miró de arriba a abajo: "Tú, abuelo; creo que debieras pasar a disfrutar un rato. Esto es exactamente lo que estás necesitando, qué cojones..."

En cualquier otra circunstancia me habría enfrentado al tipo, pero ahora una fuerza extraña me impulsó a cruzar la entrada. El interior era el estereotipo que yo esperaba: Oscuro, apenas puntuado por lucecitas irregularmente repartidas, humo... Alguien me pidió que me sentase a su lado. Una sombra con contornos que levemente recordaban los de una mujer hermosa; unos ojos profundos, pero no inquietantes; un perfume sutil, extraterrenal. "Aquí estarás bien. Toma mi mano y no tengas miedo. Tú has preparado bien el viaje". En una especie de pantalla, sobre la pared, empezaron a desfilar imágenes que me resultaban enternecedoramente, desgarradoramente familiares. Y una dicha inenarrable me fue adormeciendo lentamente, lentamente, lentamente....

martes, 27 de enero de 2009

BÚSQUEDA DE LA LUZ





“En la noche, había tiempo entre los adioses”
Carlos Fuentes




En imprevista madrugada me naciste:
como un súbito placer,
como un orgasmo inesperado.

Era entonces la ciudad y su extravío:
su asfalto y sus catalpas moribundas.
Y confundí los neones con tus ojos.

Eras la ciudad y sus exactas ecuaciones.
Eras las metálicas trepidaciones y sus ecos
Eras el sonido sincopado de los claxons.

Eras el vértigo de las grúas,
el agua verdinegra de detritus
eras el odio en los ojos del mendigo.

Oh máscara de ónice y coral:
cómo no supe ver tu cabello de Medusa
cómo no rompí los espejos de tus labios.

Porque en ellos me ví bello y acogido
y yo buscaba entonces aquel útero ausente
donde guardarme de las turbias madrugadas.

No músicas me brincaban en las venas
no los vinos, no las flores armoniosas.
Sólo tus cópulas habitaban en mis huesos.

Éramos fiebre. Éramos roncos gemidos.
Pero no: sólo yo era mi fiebre
y tú nunca gemiste de placer entre mis brazos.

Ahora, limpio, junto al mar, ebrio de sol,
yo te abomino y te desprecio.
A tí y a la ciudad que te creó.

En una débil barca, mar adentro,
donde el reloj convoca sólo a pájaros
quiero olvidar tu mirar vacío,
mirar de muerte.




AD TE CLAMAMUS

Aún era primavera
Y ya había flores negras
en el campo lunar de mi alma.
Yermo de soledades,
Náufrago en páramo adusto,
La vida como enemiga.
Perdido en el grito
Insondable de la tarde
Yo te llamaba.

Era verano.
En mi alma florecieron
Las rojas flores del odio,
Las flores envenenadas de la ira,
Amamantadas por sangre
Que nunca creí inocente.
Rojas rosas ofrecidas
En holocausto a algún cuerpo
Que, sin amor, mancillaba.

Yo te llamaba.
Te buscaba entre las tumbas,
Entre las dolorosas ruinas
De mi vida ya perdida.
Olisqueaba, acezante,
Como fiera vieja y torpe,
Mancillando con mis babas,
Pisando con sucias garras
Las flores recién nacidas.

Aún te sigo llamando,
Desde el último otero de mi otoño,
Ya vencido por el tiempo.
Aún te llamo, Amor,
A tí, que siempre me heriste
Con tus más rabiosas flechas.
Ya están secas, Amor,
Las amargas flores que siempre
Hubo en mi alma.

Por eso te llamo ahora,
Con mi voz débil y ronca:
Planta, Amor, en este mi invierno
Flores blancas en mi alma.