lunes, 7 de diciembre de 2009

ESPERANZA DE LA LÁGRIMA

Qué silenciosa, qué callada claridad me arrastra
hacia el fondo infinito de la lágrima.

De la lágrima, tan esféricamente amarga,
de la lágrima, tan acerbamente humana.

Me nace ese ácido fulgor desde la roca viva del alma,
como un último rastro de rocío de la perdida inocencia.

Me aturden voces antiguas;
me remueve el temblor de las estrellas.
Busco la postrera paz, que no es la paz de los muertos,
porque el hombre que hoy habito
no se me ha de morir nunca.
Renacerá, bronco y cruel,
como bronce de cañones,
como los antiguos héroes condenados por los dioses.

Esta nueva claridad, la que hoy me llama hacia el fondo del dolor,
es mi última esperanza. La consunción última.

Es la luz que me diluye, la llama que me culmina.
Con mi acaso ser cenizas podré ser el polvo presentido.

Polvo seré y con la lágrima barro.
Y del barro un nuevo dios me hará vasija o ídolo, barro al fin.

Y así será, mientras haya claridad, mientras la roca viva de mi alma
guarde el temblor primigenio de una lágrima.

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