viernes, 11 de febrero de 2011

ESA ESPIRAL



Esa espiral con vocación de infinito

que, a golpes de latidos, va perforando la nada,

ese ámbito circularmente expandido,

pretendiendo hálitos nuevos,

ése es el yo que me crece a cada instante,

terco rescoldo, ola menuda e incesante.


Línea infinita, nacida desde un punto germinal

e indescifrable, generada desde sus propias entrañas,

esa línea curvamente paralela, alejadiza,

que en su esencia me recorre y me penetra, me hace suyo

en un ansia universal de pervivencia.


Línea forjada en los latidos que, como golpes de herrero,

intermitentes, me expande y me constriñe

hasta alojarme en este cuerpo singular que hoy me soporta.


Centrífuga construcción que anula sus propios límites

y me hace árbol, o roca, o firmamento insondable.

¿Y dónde yo, de dónde esa fuerza que a ella me ata,

en qué punto me desborda y me aherroja,

como ángel apagado, a las tinieblas cerradas?


Con las alas prestadas de este sueño que es vivir

voy trizando los espejos que guardarían mi memoria.

Espejos rotos del recuerdo caen como espadas de agua,

como lluvia desangrada,

como ojos ciegos arrancados de sus cuencas.


Se va callando la fragua, se hacen lentos los esfuerzos,

se hace más densa la Nada que tengo que penetrar

en mi ansia de infinito.


El herrero canta sólo viejas canciones de ayer

que reblandecen su yunque. El acero ya está frío.

Mi antiguo corazón cansado revolotea perdido:

no encuentra ese cuerpo amigo donde nacía la espiral,

donde alojar sus latidos. Desfallece.

Como al ático Ícaro sus alas se le han fundido.


Desangrado corazón vencido: después de tu último latido,

con la espiral ya anclada en el silencio,

allí, en el punto terminal entre el olvido y la nada,

esperando mis nuevas alas de fuego,

allí, como a un viejo conocido, tal vez me encuentres de nuevo.