Ángel violento y oscuro: ángel
que luego habitó entre nosotros
como metáfora inconsciente del pecado.
Somos Ángeles de sombras,
viejos, salvajes minotauros,
refugiados en el último negror
de nuestro más íntimo laberinto,
ausentes de claridades,
esperando a la doncella votiva
o al Teseo redentor.
Somos como rosas de sombríos pétalos
o gélidos aceros deshojados.
Una luz, sin embargo, nos acecha,
una luz pequeña y grávida:
aquella del amor firme y callado
que un día disolverá la sombra.
Una luz nacida, como el ángel,
de las oscuras tinieblas, nos espera
en algún ignorado rincón
de nuestro tortuoso ámbito.
Y en dulce entrega nuestra bestia
comerá de la luz así ofrecida.
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