jueves, 9 de febrero de 2012

CLARIDAD


Oh, claridad sedienta de una forma,

Claudio Rodríguez



Aún está caliente el aire iluminado por tu sueño,

justo entre el amanecer y los quicios de esta puerta.

Porque sólo eres ya el hueco dejado por tu aroma,

disuelta en la claridad, como un pálido arco iris.


Solo te bebí un momento, antes que abrieses la puerta,

en el umbral sigiloso de mi ser animal, ignaro,

antes de saber de las soledades de las tierras áridas.

Tampoco sabía de estrellas o de altas nubes preñadas.

La puerta, antes de llegar tú,

estuvo siempre cerrada.


Y yo, cilicio o tierra, confundido en la penumbra,

antesala plácida de las cuajadas tinieblas,

sufridor inconsciente de ajenos clavos y espinas,

construía en la noche mis augurios, dibujados

con las leves líneas de luz que me llegaban.

¿Cómo iba a imaginarte?


Hasta que abriste esa puerta

como quien abre una herida al tiempo.

Llegaste, guadaña o río, tronzando todos mis sueños.

Aún sin forma ni presencia, pues te faltaba la luz

con la que yo, línea a línea, madrugada a madrugada,

te había hecho vigilia y acto.


Me levanté, como hombre,

de la tierra en que yacía, para acogerte,

antes que la claridad te eligiese como carne

y ávida te disolviese.

Esa luz altísima y tan pura, que me trasmina y me ciega

llevándose las ofrendas y los días.


Te busqué, cegado por la luz nueva,

por los viejos rincones de mi mundo.

Pero ya mis ojos eran piedra

y todos mis pulsos arena.

Una vez más, ya no eras; una vez más.


Oh, claridad ¿cuando te saciarás de mis sombras?












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